Afilando el hacha

Cuentan los germanos, como los sioux y los hiperbóreos, que en tiempos de sosiego -antes o después de la próxima cacería-; cuando la carne mamífera se cuaja en las madrigueras en el misterio de los bosques lejanos…
Todo guerrero, sin importar su rango, ha de entregarse a las faenas de reparación y remanso del ajuar de Marte y todas sus armas.

Así; fabricar saetas y lanzas, y sobre todo afilar el hacha se constituye en el ritual primordial del alma guerrera en reposo. Aquietar la mente, concentrar la respiración, mientras el roce áspero del hierro y la piedra van destellando en recuerdos de pequeños rayos y centellas de las batallas del Norte…

Un ritual de movimientos acompasados, como los ciclos de la luna, los arcos del agua, las capas de los árboles o los círculos del tiempo: flexión y reflexión, prueba, resultado, medición, sensación.

Ying o yang; yang y ying es el canto del hacha que se enfoca sobre su filo, que en cada destello se desprende de la escoria, del grosor innecesario para dar precisión a los futuros cortes, como la mente que se enfoca en una nueva idea.

Se recuerda; se visualiza, se define –en el silencio y la calma- solo en el canto del hacha, proyectando el ser en la mente, la mente en el filo, y el filo en el cosmos.