Usted y yo, somos personajes literarios; nos damos cita en esta página, donde los ojos decodifican los signos y los signos las mentes, pero vivimos en sendos libros que están siendo leídos por otras personas en otra parte, en las antípodas del palíndromo, o el anagrama:
Al frente, al otro lado del renglón, en lo que parecería el principio o el final de una estación subterránea o en el último piso del rascacielos; “acrópolis cuántica” había dicho unos minutos antes adentro de la sala.
Un joven leía un viejo libro grueso y –alguien dijo: los libros: “…” pero no logró escuchar bien. Trató de concentrarse en la lectura, pero el interlocutor-lector quería conversar…
La historia del volumen mencionado, más que nada trataba de cómo junto a Le Paige y Walker había viajado a un sitio indescifrable, pero al Sur del antiguo imperio inca; o al Norte de la capitanía del Sur, Chinchorro o algún nombre precolombino venía a su cabeza, pero no. Estaba más cerca de la cultura Molle, y algunos pueblos relacionados con Quetzalcoatl, el mismo que ahora aparecía como recién descubierto colonizador extraterrestre entre los titulares de las noticias de las seis…
Ancón, ese el nombre, y la historia –decía; de cómo habían viajado a una excavación arqueológica para desenterrar una serie de instrumentos musicales con data superior a seis mil años y cómo sus servicios consistían en complementar la lectura científica y alambicado sociológico con alguna cosmovisión posible desde la coartada poética.
Le contaba, -dijo con los ojos humedecidos; de cómo tuvimos que hacer música con instrumentos ceremoniales de la cultura Molle o Moche? que llevaban más de seis mil años añejados bajo la roca que vuela. De ahí salió la Chambeliana, en versiones uno y dos. La misma que parcialmente habría ocupado la Koz en una de sus tantas exposiciones de arqueología plástica cuando el ritual recién germinaba en su inconsciente y su imaginación. –Esos cabros sí que eran lanas… “Pa´ que coman las almas” le pusieron. Recordaba mientras narraba la historia fumando a lo Hemingway y su viejo y el mar.
Mar adentro, no; mejor dicho: en el mar interior del archipiélago; ahí habían pasado ese año nuevo al final del siglo XX, lejos de la ciudad en el islote que le había prestado el Anton Mesmer cuando todavía no era cónsul de la corona, y usaba trenza y se iba a fumar pipa sin ningún permiso en la sala de reuniones donde los creativos se esforzaban por pasar el día a día llenos de pegas y briefs por doquier… Cuando todavía eran muy jóvenes…
En ese islote donde uno enterraba los pies en la arena y salían los “choros zapato” y uno quedaba ahíto con tan solo uno o dos de lo grandes y hermosos que eran. -Esos cabros sí que eran choros. Se habían ido a fundar su reino imaginario y familiar en el Norte de la vida, al Sur del tiempo, justo entre el Paraíso Paralelo y el Meridiano de la Percepción; seguramente por eso, el Maestre le había regalado ese prolegómeno…
La historia solo nombraba el viaje a Ancón tangencialmente, como idea auxiliar, para centrase en que, a partir de ese viaje había hecho migas con el Túpac, un descendiente directo de los Licanantayes, pueblo originario del desierto chileno que junto a los Diaguitas habían habitado los parajes que ahora –el joven continuaba leyendo- correspondía al lugar donde el citado sacerdote proveniente de Bélgica había armado su campamento para dedicarse a su otra profesión: la arqueología sicotrópica…
Todos los des-entierros que había realizado habían sido señalados por los fantasmas de los indios danzantes con estrellas en el pecho y en la frente, que había visto en estado alterado de conciencia producto del San Pedro. De hecho, de ahí viene el nombre que encontrarás en el mapa…
Lo anterior, más que nada, para relatar cómo se había escrito ese pequeño pero trascendental Diccionario del Cunza y otras lenguas y voces Licanantayes que, posteriormente habría vertido en el texto en cuestión… Inspiración del Paraíso Paralelo y el Abismo Tubícola en el sueño de un inca ofrecido como sacrificio para aplacar a los dioses en el cerro que ahora conocerían como cerro Plomo, causante de todos los efectos de los habitantes del Santiago de Chile, por onomástica maldición o bendición, o…
Como decía; era una historia secundaria para relatar cómo en esos territorios, inaugurados por Le Paige y poetizados por Túpac, -hoy, fuente y origen del litio que alimentaba el quehacer del planeta y sus viajes a las colonias marcianas, venusianas y demases-. Había ocurrido -a pesar del idioma o de la antípoda- y en un pretérito futuro plus-quam-perfectum: un verdadero encuentro y una revelación.
(…)
A pesar de los cientos de velos, a pesar de las miles de barreras, a pesar de las toneladas de olvido.