Vivimos una era emocional, en busca de una vida espiritual. En que la razón sigue demostrando sus limitaciones ante la relatividad, y los viejos números agotan sus posibilidades entre los matices de los tiempos, las personas y los verbos.
Donde la aparente confusión da paso a las nuevas certezas; antiguas nuevas certezas, porque –como tal- una certeza es una verdad inmutable a pesar de los cambios de la forma.
Todo vuelve a cambiar para que todo siga igual…
Grandes antiguas nuevas certezas apareciendo en el horizonte de los ojos, certezas, como por ejemplo: Que lo importante, es más importante que lo urgente. Que la familia y todo lo que representa –sea cual sea su nomenclatura- es lo real y únicamente importante.
Que el trabajo no tiene sentido, si no se es feliz haciéndolo. Pero que tenemos que hacerlo para poder seguir sobreviviendo (mientras inventas algo mejor).
Que más importante que tener dinero, es qué hacer con él. Lo mismo el talento.
Que las cosas a la antigua son más saludables, ya sea comidas, relaciones o emprendimientos.
Que la esencia de esas cosas; como la energía, la magia o las ideas, siempre toma nuevos colores y formas… Solamente para transformarse, jamás para destruirse… De manera que nada se pierde, ni desaparece para siempre, y todo fluye hasta volver a encontrarse.
Que los amigos verdaderos son cada vez menos, como las personas verdaderas, o los valores que las sustentan.
Que los valores son lo que define una vida. Y que la vida es el resultado de las decisiones que hemos venido tomando desde siempre.
Nada nuevo bajo el sol, las viejas nuevas certezas van desvelándose a quien permanece alerta para descubrirlas, aceptarlas y administrarlas…
Sobrevivir -como siempre- es la primera tarea. Hacerlo dignamente, la segunda. Trascender, el sentido de todo.
Todos sabemos todo, y al instante. Y eso, tarde o temprano, agobia a los espíritus libres, los mismos espíritus libres que han mutado miles de cuerpos, roles y nombres desde el principio de la era.
Los mismos que son los llamados a reinventar y reinventarse para seguir avanzando.
El destino humano es avanzar; hasta poblar las estrellas; somos nómades cósmicos navegando en el misterio de la vida, entre los tiempos paralelos y mundos abisales en busca de esa extraña sustancia llamada Dios.